miércoles, 29 de junio de 2016

La misión del Hijo puede sintetizarse en cuatro o cinco aspectos.



   Hemos visto que el CCE suele exponer la acción salvífica del Hijo desplegándola en cuatro –o cinco– aspectos complementarios.[1]
  Así, cuando CCE 456ss responde a la pregunta “¿Por qué el Verbo se hizo carne?” aparecen una razón general –“Por nosotros los hombres y por nuestra salvación”– y cuatro razones que la especifican:
      – “El Verbo se encarnó para salvarnos reconciliándonos con Dios” (CCE 457).
      – “El Verbo se encarnó para que nosotros conociésemos así el amor de Dios” (CCE 458).
      – “El Verbo se encarnó para ser nuestro modelo de santidad” (CCE 459).
      – “El Verbo se encarnó para hacernos «partícipes de la naturaleza divina»” (CCE 460).
   La primera y la última de estas cuatro razones podrían resumirse en aquella sentencia de la teología de la gracia, que dice que “la gracia sana y eleva...”. Y, si quisiéramos resumir en dos palabras las otras dos razones podríamos usar las palabras “revelación” y “modelo”, respectivamente.
   Esta tétrada que representa “lo sanante”, “lo elevante”, “lo revelante” y lo modélico, el CCE volverá a usarla –al menos– dos veces más. Pues cuando nos exponga que “toda la vida de Cristo es misterio” (CCE 514-521) volverá a apelar a esta estructura expositiva; e, incluso, aquí encontramos que la exposición integra un elemento más –el quinto– desde una perspectiva mística: “Todo lo que Cristo vivió hace que podamos vivirlo en Él y que Él lo viva en nosotros” (CCE 521). Y, más adelante, cuando nos presente “el sentido y alcance salvífico de la Resurrección” de Jesús (CCE 651-655) reaparecen los cinco elementos. Y, también en el contexto de la invocación “Padre” (CCE 2779-2785) se desplegará este esquema básico, con algunos enriquecimientos.
   Esto puede relacionarse con las Partes del CCE, en cuanto a sus acentuaciones fundamentales.[2] Pues el elemento revelante, lo encontramos en la Primera Parte con la exposición sobre la Revelación divina y el contenido de la fe (fides qua y fides quae). Lo sanante y elevante, lo recibimos por medio de la liturgia, que es presentada en la Segunda Parte. La moral –expuesta en la Tercera Parte– implica lo modélico. Y la mística –que ocupa la Cuarta Parte– concretiza la comunión.
   Y, en todos los casos, es el centro es Jesús. Él es el “mediador y plenitud de toda la Revelación” (CCE 65), el “centro y corazón de las Escrituras” (CCE 112), y ocupa el centro del Símbolo, donde se exponen los misterios centrales de nuestra fe. La liturgia también es cristocéntrica, porque hay una “obra de Cristo en la liturgia” (CCE 1084ss), y en “los sacramentos” –que son “de Cristo”– (CCE 1114ss), y por los que comunica su “Misterio Pascual” (CCE 1113ss). Jesús también es “la referencia primera y última” de la moral cristiana (CCE 1698). Y “la oración de los discípulos” es “en comunión con su Maestro” (CCE 2612), quien nos dejó su oración, “la Oración del Señor” (CCE 2759ss).




[1] Cf. 2.3.3.1. “Las cuatro perspectivas de CCE 457-460 y su recurrencia”, en p. 150; 1.1.3.1. “Tres perspectivas, que en otros lugares fueron más”, en p. 359; y 1.2.3.4. “Nuevamente, aquel esquema que despliega cuatro perspectivas... o cinco”, en p. 376.
[2] Decimos “sus acentuaciones fundamentales” pues –“hilando fino”– en cada uno de los elementos encontramos implicados los otros. Basten algunos ejemplos: ya hemos visto que en el despliegue de la Sección dogmática es donde aparecen estos esquemas de cuatro y cinco elementos que el CCE utiliza; la moral cristiana no sólo tiene como modelo a Jesús, sino que es –más fundamentalmente– una “vida en Cristo” lo cual implica la mística de la comunión con Él; y en relación con la oración también hemos visto los cinco elementos que aparecieron en la Sección dogmática.

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